El mal cautivo/“La prisión es una máquina de quitar”
Da mauriziotorchio.
< El mal cautivo
“La prisión es una máquina de quitar”
Se editó en español la última novela del italiano Maurizio Torchio, protagonizada por un condenado a cadena perpetua. “El beso de la mujer araña” fue un libro decisivo para su literatura.
Según la revista cultural italiana Doppiozero, El mal cautivo es “un libro importante de nuestro presente literario y más allá, porque nos cuenta una historia extrema de sufrimiento y violencia, de soledad y lástima, que abre una herida sobre un tema universal”.
La novela escrita por el italiano Maurizio Torchio acaba de editarse en español por la editorial Malpaso y, aunque se trata de un relato extranjero, se adapta cómodamente a la realidad carcelaria de Latinoamérica. “Edward Bunker, Jack London y Norman Mailer ciertamente influyeron en este libro, Manuel Puig también fue decisivo, El beso de la mujer araña me dio una gran libertad de expresión, me ayudó a entender que las cárceles, en la literatura, son grandes lugares desde donde contar cosas que nada tienen que ver con la cárcel. Las palabras, en una celda, tienen un sonido diferente, un peso diferente que afuera”, contó el autor en diálogo con PERFIL.
La historia del protagonista que es el narrador, el hombre resignado, casi desprovisto de emociones que recuerda al protagonista de El extranjero de Albert Camus, coloca los sentimientos en las acciones de los demás: el Toro, que supo ganarse un lugar privilegiado y de respeto dentro de la institución carcelaria, los Ene, más jóvenes, más dañados, menos atentos a un “orden” de la cárcel, un jefe que a veces se permite humanizar a “sus prisioneros”, pero que sobrepasa un límite que modifica para siempre su vínculo. Un interno que no respeta nada, pero cuya lógica maquiavélica le permite conseguir algo de libertad. Un interno al que se vació completamente de vida y que, cuando le devuelven un poco de dignidad, se quita la vida, porque no puede con ella:
“Quien quiere realmente colgarse se pone un albornoz mojado para pesar más. Enjabona las sábanas para que corran mejor. Luego se ata las manos para contrarrestar la tentación, en el último instante, de desatarse. Y, sobre todo: espera que no haya realmente nadie. Siempre hay un momento, incluso en la celda más atestada, siempre hay un momento en el que nadie podrá salvarte. Si prefieres usar una cuchilla, la pondrás en remojo en agua y ajos para que la herida no cauterice. Buscarás la yugular, si eres serio y tienes poco tiempo, no las muñecas. Pondrás las piernas en alto para que la sangre circule más deprisa hacia la salida. Si eliges un corte que tarda más de media hora en desangrarte es porque en realidad no deseas morir. A Meón lo tenían desnudo, sin gafas, sin cuchillas ni sábanas. Aun así, consiguió matarse, arrancándose las venas a bocados.
Es lo único por lo que se mereció un poco de respeto.”
La cárcel como situación límite
Maurizio Torchio nació en Turín y vive en Milán. Es licenciado en Filosofía y doctor en Sociología de la Comunicación. Rodó un documental (Votate agli stipendi Fiat, 2003) y publicó la colección de cuentos Tecnologie affettive (Sironi, 2004) y las novelas Piccoli animali (Einaudi, 2009) y Cattivi (Einaudi, 2015). Esta última novela, ahora publicada por Malpaso como El mal cautivo, ganó los premios Lo Straniero, Dessì, Vincenzo Padula, Premio Nacional de literatura de Pisa y Moncalieri.
¿Qué lo motivó a escribir esta novela?
La prisión, como toda situación límite, ayuda a definir y narrar la normalidad. La prisión, en particular, es una especie de máquina de quitar: quita espacio, quita dignidad, autonomía, experiencia, responsabilidad, afectividad... ¿qué queda? Para nosotros -que no estamos obligados a pasar por ese infierno- este "¿qué queda?" es una pregunta muy interesante. ¿Qué pasa con el ser humano, en un lugar tan hostil a la vida?
Su visión de la prisión es extremadamente crítica. ¿Cree que debería dejar de existir?
No. Creo que a veces la sociedad tiene derecho a decir: "No te desprecio y no quiero vengarme, pero la única forma en que puedo defenderme es tenerte detrás de un muro". La cuestión es que estos casos son una ínfima fracción de todos los que actualmente acaban despilfarrando sus vidas -y nuestro dinero- tras las rejas. Si las prisiones contuvieran una décima parte, una vigésima parte de los que ahora mismo se están pudriendo en ellas, quizás con los pocos que quedan sería posible experimentar algo constructivo.
¿Tuvo la oportunidad de ingresar a las prisiones? ¿A cuáles?
Sí, he estado en Lodi, Turín y especialmente en Bollate, una prisión modelo cerca de Milán. Las prisiones modelo, por definición, no funcionan como otras prisiones. Pero están pobladas por personas que han estado en muchas prisiones diferentes durante diferentes décadas. Si te cuentan su vida, te cuentan una historia de prisiones.
¿Tiene esperanza en la humanidad?
Sí. La esperanza es un ingrediente indispensable para la vida. Muy poco podría ser suficiente, como una especia, pero es indispensable. ¡Ay de aquellos que no piensan que algo bueno todavía puede suceder! Tal vez por accidente, incluso por error, pero aún puede suceder.
Así escribe Maurizio Torchio, otro fragmento de El mal cautivo
“Hace unos años, aquí en la cárcel, charlaba con uno que intervino en el secuestro de un viejo. Al final siempre se acaba hablando de delitos y de juicios.
Me contó que tenían al viejo bajo tierra, en un sótano sin ventanas. La única luz la proporcionaba una bombilla eléctrica conectada a la batería de un coche. Se mantenía encendida el tiempo que duraba la batería. Ellos pasaban una vez a la semana. Si se agotaba antes de aparecer ellos, el rehén se quedaba a oscuras. Un día, al cabo de cinco meses, ocurrió un milagro. No sabría definirlo de otra forma. Un pajarito consiguió llegar hasta la tumba del viejo. El tipo que me lo contó no podía explicarse cómo lo había hecho. Tal vez entrara mientras abrían para la visita semanal, aunque había que cruzar dos puertas… Eso, de todos modos, no importa. El viejo le dijo que en un momento dado tuvo al pajarito sobre su hombro. Cuando se lo contó, el pajarito ya estaba muerto. Tuve que matarlo, dijo el viejo. No podía correr el riesgo de que, por cualquier motivo, picotease la lámpara o la tirase. La última vez me quedé a oscuras tres días antes de que llegaseis. No podía.
Es decir, uno se imagina una gran historia de amistad, al pajarito comiendo de las manos del viejo y cantando para él, cosas de ese estilo, pero no: lo mató casi de inmediato. Sin lamentaciones. Le partió el cuello. Solo para no correr ningún riesgo”.